Hoy

"He decidido no hacer nada en todo el día. No me he aburrido pero tengo miedo de no entender qué hago aquí".

En el rincón del Camino


Aún no sé muy bien cómo llegué a aquel lugar recóndito y perdido del Camino. Por dentro me recorría una sensación de tranquilidad absoluta.
El dolor de mis pies, el frío de mi cuerpo por la ropa mojada  y el cansancio acumulado tras una larga etapa caminando, quedaron en un segundo plano.
 Acabé compartiendo techo y cenando en una mesa gigante con quince personas desconocidas, la mayoría no hablaba mi idioma, pero no importaba, de una manera u otra nos entendíamos.
Miradas y sonrisas cómplices entre todos,  no nos conocíamos de nada y sin embargo aquella noche fuimos como una familia. Es raro sentirse como en casa en un lugar extraño y con gente extraña, y sin embargo hay otras muchas más veces que uno mismo se siente forastero de su propio hogar. 
 Allí estaba Jenny, Ann y su marido repartiendo la cena que ellos mismos habían cocinado durante el día para todos nosotros, una combinación de productos de la tierra gallega con su toque americano. Jenny, era de Texas, una mujer de una vitalidad y energía desbordante, pequeña de tamaño e intensa en sus expresiones, chapurreaba español y se reía todo el rato. Nos contagió esa alegría desde  el primer momento.
Pronto empezaron a preguntarme en su inglés perfecto, que cómo me llamaba, cuántos años tenía, y en qué trabajaba. Les debió de hacer gracia mi nombre, porque lo repetían una y otra vez, quizás fuese por la rotundidad de la R.
Brindamos con vino por esa noche atípica, y acabamos cantándole el cumpleaños feliz a Félix, que quiso compartir con nosotros una botella de orujo casero que le habían regalado.
Allí también estaba un hombre británico con un nombre muy difícil que no sé escribir ni pronunciar. Le pregunté que qué tal llevaba lo de caminar,  me miró y me dijo que él había ido allí a pensar. Hizo un gesto con la mano y la cabeza que no entendí, pero no hacía falta entender, ni saber, sus ojos pesaban cuando dijo aquello.
 De manera desinteresada los hombres de la mesa comenzaron a  recoger y a fregar en cadena, enjabonado, aclarando, secando  y colocando.
No les pagaban por aquello, simplemente lo hacían, fue un gesto bonito y de generosidad  que me llamaba la atención, pues tristemente no estamos acostumbrados a ver acciones sin esperar nada a cambio.
Y a mi me gustaría ser así.



“Miro hacia atrás, el mismo paisaje monótono, con la única diferencia de que el polvo del camino tiene las huellas de mis zapatos, pero es temporal,  el viento las borrará antes de que llegue la noche.”

Microrrelato

Sucedió todo tan raro. Sucedió fuerte.